El pasado domingo se celebraron los
carnavales-aratustes de Mundaka, uno de los más
antiguos del País Vasco cuyas celebraciones datan, como mínimo de 1841, cuando
el alcalde Eusebio de Uribe solicitaba permiso "Al
jefe político de Vizcaya: Es llegado el tiempo ya que por costumbre inconclusa
e inmemorial, usan en este pueblo vestirse de máscara los días de Candelaria,
Carnestolendas y algunos otros domingos y festividades".
El inicio de la jornada comenzó a las 10h.
con la kalejira de los txistularis por las calles del pueblo, en la que además
de interpretar la canción “Aratuste”, este año también se cantó “Musu langulem”.
A continuación salieron los marraus, nombre
que reciben los Atorras, hombres vestidos con trajes blancos, cubiertos con blusón, falda de mujer o saya (atorra), pantalón blanco, así como una funda de almohada (buruko-azal) por la cabeza y un pañuelo rojo, a las 12,30h. después de misa, situándose frente a la
casa de José Mari Eguileor, uno de los impulsores de esta celebración durante
los años de la dictadura franquista.
Posteriormente se continuó cantando (las canciones tradicionales de este día, como “Urra José Babi” o “Mari Manú” y también en torno a algún acontecimiento importante para el pueblo) por diferentes lugares de la preciosa villa costera vizcaina, situarse en fila en el puerto y terminar, con la comida tradicional, en el Casino mundaqués.
Posteriormente se continuó cantando (las canciones tradicionales de este día, como “Urra José Babi” o “Mari Manú” y también en torno a algún acontecimiento importante para el pueblo) por diferentes lugares de la preciosa villa costera vizcaina, situarse en fila en el puerto y terminar, con la comida tradicional, en el Casino mundaqués.
Según cuenta la leyenda, la inmaculada
indumentaria de los marraus, fue
utilizada por primera vez por el conde local Antón Erreka. Este personaje, que
un día llegó a su casa un poco “tocado del ala”, se vistió sin darse cuenta las
enaguas de su mujer. Como es de imaginar, tuvo que escapar de casa para
librarse de los escobazos de la enojada esposa. Los vecinos, al verle correr
así, creyeron que se trataba de una genialidad más de la primera autoridad
local y se dispusieron a celebrar una gran romería que se ha venido celebrando
hasta ahora. De esta singular manera popularizó Erreka, sin saberlo, un traje
que con el paso del tiempo se ha convertido en los carnavales de Mundaka.
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