En un altozano sobre el río Arlanza destaca la Villa de Lerma. Sobre una primitiva población medieval, don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, valido de su real Majestad, primer Duque de Lerma, mandó levantar una Villa de recreo para agasajar a la corte, a embajadores, pero sobre todo al rey don Felipe III. Ninguno de los monarcas de las dinastías de los Austrias sería tan aficionado a las piadosas devociones como éste. Pero tampoco nació monarca tan aficionado a las fiestas religiosas y profanas.
Teatro, fuegos de artificio, procesiones, toros, juego de las cañas, pero también jardines, fuentes, fauna y flora exótica, huertas, cotos de caza…
Una red de pasadizos permitían además recorrer la Villa sin padecer las extremas temperaturas ni el farragoso protocolo real.
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El todopoderoso Duque, ministro plenipotenciario del monarca, convirtió la villa en oportuna y oportunista Corte de Recreo, de privilegiada, obligada y muy selectiva convocatoria para personajes ilustres y un puñado de los artistas mejor reputados de los tiempos: Góngora, Lope de Vega…
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A parte del espléndido pasado barroco, Lerma alberga otra serie de atractivos, como una vivienda del poeta y dramaturgo José Zorrilla o el hecho de que su subsuelo esté horadado por antiguas bodegas, utilizadas por los guerrilleros de la zona para recorrer el pueblo durante la Guerra de la Independencia. De entre ellos destacaron el conocido “Cura Merino”, que descansa en los jardines del Mirador de los Arcos.
Visitar Lerma es regresar al pasado.
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