martes, 25 de agosto de 2020

El miedo

Sembrar miedo es un eficaz método de manipulación y dominio tanto de una sociedad como de un individuo; quizá aún más pernicioso cuando eres tú mismo el causante del miedo que padeces y te atenaza.

Siempre he vivido bajo la amenaza del miedo. Es la única forma que tengo de relacionarme con los demás. Ya en el colegio vivía con miedo. Todos los días se me encogía el estómago al entrar por la puerta del patio. Primero, en las filas que formábamos para subir a clase. Cuando el prefecto pasaba por mi lado, las manos y los brazos se me dormían solo con pensar que igual se fijaba en mí por no mirar al cogote del que tenía delante. Después, al llegar a clase y contestar a las preguntas del fraile, me ponía tan nervioso que alguna vez respondía lo contrario de lo que quería decir. A menudo, la mandíbula no me respondía al intentar hablar. Y eso que yo era un alumno que no llamaba la atención. Tenía siempre los deberes hechos y estudiaba lo que mandaban. Así hasta llegar al instituto y perderlos de vista. Creía que me liberaría del miedo al abandonar el colegio, pero aquellos años me marcaron a fuego para ser malo e infligir dolor, como nos habían hecho a nosotros. Una fuerza ciega a la que no podía someter.

¿Quién no lo ha sentido alguna vez?, me pregunto con frecuencia en el trabajo, en casa o al pasear por la calle. El miedo a que me descubran en alguna de mis maldades, hace que siempre esté alerta. Siento que es el que me mueve a seguir con mi vida.

Hace unos días manipulé la silla de mi compañero de oficina. El proceso de preparación del accidente en apariencia me tenía en vilo. El corazón me latía a mil por hora mientras aflojaba el tornillo del asiento. Cuando se sentó, se pegó tal trompazo que estuvo varios meses de baja por una lesión en las lumbares. El jefe me dio su puesto mientras estuviera en casa, pero yo sabía que me quedaría con su trabajo. Sentí alivio.

En otra ocasión, a un antiguo amigo que no me caía bien, porque siempre me tomaba el pelo, le invité a comer en el txoko con la cuadrilla. En un momento de descuido le puse un potente laxante en la bebida. Enseguida se encontró tan mal que tuve que llamar a la ambulancia para que se lo llevaran al hospital. Se le quitaron las ganas de volver a comer conmigo. Me sentía liberado cada vez que infringía daño a los demás.

Una de mis odiosas tías venía a merendar casa todas las semanas. Dejaba un rastro a perfume barato que me repugnaba. Pero no solo era el olor, el aspecto casposo y trasnochado con su pelo terminado en moño y el traje de tergal que usaba me sacaban de quicio. Mi madre aguantaba todo lo que su cuñada le decía, pero yo con disimulo me marchaba de casa antes de que ella saliera. Uno de esas tardes me escondí en uno de los rellanos de la casa y cuando bajaba sola la escalera solo tuve que empujarla para que cayera. Nadie vio nada, pero mi tía acabó con una fea fractura de tibia y al poco tiempo falleció. Me encontraba cada vez mejor.

A veces tenía que viajar por cosas del trabajo y me alojaba en un hotel donde tenían un pequeño bar abierto a los clientes y al público. Antes de subir al cuarto me gustaba tomar una copa y charlar con la camarera. Incluso alguna vez, cuando cerraba el local salíamos a fumar un cigarro a la calle antes de que se marchara a su casa. Una de las noches un cliente pesado intentaba ligar con ella de forma maleducada y faltona. Veía que la pobre chica tenía que aguantar sus impertinencias sin poder hacer nada. Cuando ya se cansó de molestarla salió por la puerta tambaleándose para ir a la calle. Lo seguí y con disimulo lo tiré debajo de un autobús que pasaba por allí. No me podía sentir mejor. Había logrado invertir la carga del miedo: ya no lo padecía yo, se lo daba a los demás. Era un alivio. El problema es que el camino recorrido para conseguirlo me había convertido en un monstruo.

 

sábado, 8 de agosto de 2020

Centro de Interpretación del León Romano

Centro de Interpretación del León Romano-Casona de Puerta Castillo. Se trata de un interesante museo que ofrece una gran cantidad de información del pasado romano de León combinada con elementos muy visuales para comprender cómo pudo desarrollarse la vida durante el Imperio Romano en la ciudad. Desde el mismo centro se puede observar un amplio tramo de los dos recintos defensivos erigidos por la Legio VII para su campamento permanente en León y pasear por un pequeño tramo de muralla. 

Además el Ayuntamiento de León organiza visitas guiadas gratuitas por el pasado romano de la ciudad leonesa.

Nueva Zelanda. Isla Sur (11)

Antes de ir al aeropuerto de Christchurch, donde finalizamos este fantástico viaje por Nueva Zelanda, nos dirigimos a Akaroa. El puerto de A...