La exposición, a la que acude CEPA Erandio, presenta por primera vez en Europa el conjunto de la obra de Cohen y narra, a través de 78 fotografías, un relato que va cambiando desde los espacios domésticos en blanco o negro de la década de los 70, al estallido del color en el siglo XXI.
Lynne Cohen estuvo casi medio siglo trabajando en la vanguardia de la práctica fotográfica. En su obra, el espectador puede recorrer los interiores de los lugares que la artista fue encontrando durante su dilatada carrera, empezando por espacios íntimos –como las salas de estar de sus vecinos–, pasando por salones de baile, clubes privados, aulas y spas hasta llegar a espacios de acceso restringido, como las instalaciones militares, los laboratorios o los campos de tiro. En ninguno de ellos Cohen fotografía a personas: la artista argumentaba que no sabría dónde colocarlas. Sin embargo, vemos claros indicios de la presencia humana, como la perfecta simetría de la colocación de elementos.
La ausencia de personas y su inicial reticencia a fechar y titular las obras nos indican, según la guía de la exposición, la importancia que dio la artista a no condicionar el relato que pudiera crear el espectador. La ambigüedad de los lugares, objeto de su estudio, también contribuye a esta neutralidad. Habitaciones que parecen museos, salas de espera que parecen instalaciones, spas que parecen morgues u hospitales, simuladores que parecen juguetes e interiores que parecen exteriores crean un ambiente incierto, un nerviosismo palpable, una amenaza; como si estuviera a punto de ocurrir algo. Quizá ya haya ocurrido. De esta manera Cohen hace que lo cotidiano se vuelva absurdo, casi irreal. Entonces, los espacios, que posiblemente nos sean muy familiares, se vuelven extraños y desconocidos, y permiten a Cohen elaborar un discurso que trata temas tan relevantes como el camuflaje, el engaño, la mimesis y el control.
Toda la obra de Cohen persigue desde sus inicios un objetivo fundamental: dar cuenta de la realidad, no dar la espalda a la sociedad y escapar del tradicional aislamiento del artista en su estudio para mostrar una construcción colectiva, unos modos de vida, sin juicios de valor. En sus búsquedas interviene de forma activa el azar, pues la gran mayoría de las veces no sabe lo que va a encontrar escondido tras las puertas. Las imágenes finales son siempre producto de un encuentro fortuito, de algo que le llama la atención, de algún elemento que la perturba.
LYNNE COHEN comenzó su carrera artística a finales de la década de 1960 y principios de los años 1970. Curiosamente sus trabajos iniciales fueron esculturas y grabados. Influenciada por el cine, el pop art y los movimientos sociales de los años 60 en Estados Unidos, la artista vio en la fotografía el método más eficaz para plasmar las realidades sociológicas de un mundo cambiante. Sus primeras imágenes son de un formato más pequeño que el actual y en blanco y negro, y los espacios que retrata son íntimos y más cálidos. Con el paso de los años Cohen fue refinando su mirada dejando atrás los salones de sus vecinos y adentrándose en espacios restringidos al público en general. Ella misma contaba que en ninguna de sus expediciones sabía con qué se iba a encontrar y que en ningún momento alteraba el espacio.A mediados de los años 80, aumentó el tamaño de sus obras y el marco pasó a ser un elemento más en la composición de las mismas. La formica, combinada con una amplia gama de colores y texturas, fue utilizada por la artista para resaltar elementos clave de lo retratado. El giro hacia el gran formato –en los 80– y el color –que aparece a finales de los 90– permitió a la artista mostrar aún más detalles, invitando al espectador a «entrar» en la escena, a ser parte de ella, a palpar los materiales y las texturas y notar los olores que, de acuerdo con la artista, emanaban de los lugares que fotografiaba.
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