domingo, 6 de septiembre de 2020

Nuevo final

 Ana Larrea durmió mal aquella noche. Durante el viaje en Metro de madrugada le había distraído de su angustia la conversación con su amiga Olatz cuando volvían a casa después de cenar con unas amigas en el centro. Algunos noctámbulos dormitaban en los asientos, mientras varios jóvenes, sentados en el suelo, hablaban a voces excitados por el alcohol. Al salir al exterior se habían despedido, pero antes le había confesado que verse obligada a elegir entre ambos se le hacía arduo.

Mientras caminaba hacia casa por las calles silenciosas y recién regadas, ya había tomado la decisión. Estaba agotada por el trabajo estresante en el hospital, a pesar de que había tenido una semana de vacaciones. Si lo llega a saber habría renunciado a disfrutarlas, bueno no, así tomaba distancia del doctor Garay. Llevaba toda la semana de acá para allá. Su madre se había puesto enferma y había tenido que ir a atenderla. Como era enfermera, sus hermanos se desentendían; había subido a la ikastola para hablar con la tutora de Peru, porque llevaba una temporada un poco descentrado; su marido, siempre ocupado, no podía hacerse cargo de las tareas cotidianas y mucho menos de las compras del súper, pero la nevera tenía que estar llena siempre. Para rematar la semana, la reunión de la comunidad con la propuesta de cambiar el ascensor. Menos mal que había quedado para cenar, eso la compensaba.

De los tugurios, a ráfagas, salían relámpagos de luz y, de vez en cuando, humo, canciones, broncas, parejas abrazadas, confiadas, desinhibidas. Tuvo la tentación de terminar la noche en uno de aquellos, pero de repente, oyó, como una amenaza, el taconeo seco y firme de una mujer que se le acercaba por la espalda. Se preparó para defenderse, cogió del bolso el espray para ahuyentar perros, pero cuando estuvo a su altura giró la cabeza y la miró a los ojos. Descubrió a Laura, una antigua amiga del colegio con la que hacía años que no se veía y con la que había pasado muy buenos ratos durante su adolescencia, en casa de una o de la otra. Las dos se sorprendieron y se abrazaron de inmediato. El frío de la noche las empujó a entrar en uno de los locales de música rock & roll. La gente allí reunida a esas horas de la madrugada era de su quinta, todos talluditos y con ganas de rollo. Tuvieron que espantar a varios moscones cuando tomaban una copa y aunque era imposible hablar disfrutaron del ambiente que casi tenían olvidado. Como no querían irse a casa terminaron en un after a las siete de la mañana. A esa hora de las confesiones, Laura le dijo que se había acostado con muchos hombres pero que no repetía con ninguno. Le reconoció que se arrepentía de su distanciamiento con ella. Ana se quedó bastante tocada con la nueva aparición de Laura en su vida. Se pasaron los números de los móviles para volver a quedar.

Al día siguiente tenía que ir trabajar y enfrentarse a la situación que estaba viviendo durante meses con el doctor Garay. No quería prolongar más el asunto y aunque tenía pensado decirle que no podían seguir, no llegó imaginarse que él estuviera esperándola en la consulta para pedirle que se fueran juntos un fin de semana, con la excusa de una guardia de dos días seguidos. Se había puesto su mejor traje, estaba tan perfumado que atufaba y traía una rosa para entregársela. Su ridículo comportamiento le hizo sentir vergüenza ajena. Ana rechazó la propuesta con elegancia y desde entonces se distanciaron. La misma situación había sentido Ana cuando en COU le propuso a Laura que se fueran un fin de semana al apartamento que tenían sus padres en la costa y, por supuesto, la había rechazado.

La madre de Ana siempre le decía que pensara en el día de mañana. Pero el día de mañana nunca llegaba como ella se lo había imaginado. Sin compromisos, sin ataduras, con libertad para decidir con quién quería estar. Había momentos en su vida de los que no estaba orgullosa, sobre todo en su falsa relación con los hombres. Pensar en su último episodio con el doctor Garay le dio asco; iba a resultarle muy difícil fingir lo contrario de aquí en adelante; pero quería recuperar algo de la libertad que no tenía. Nadie podía volver y empezar de nuevo, pero cualquiera podía empezar a crear un nuevo final. Como decía el novelista Robert Louis Stevenson, que Ana leía durante los años del colegio, “ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de ser es la única finalidad de la vida". Decidió hablar con su marido para romper la relación. Sabía que era una decisión difícil y dolorosa, pero era lo mejor para ellos. Con el tiempo llamaría a Laura para tratar de recuperarla.

 

 

 

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