Hace unos años visité la Casa Museo de Miguel Hernández en Orihuela. Recorrer las calles que pisó el poeta, mientras el sol caía sin piedad, me transportó al paisaje árido que rodeaba a Miguel durante su niñez y adolescencia. Aquel viaje fue el viaje del descubrimiento del autor de Nanas de la cebolla.
Cercana a la casa estaba el majestuoso Colegio Santo Domingo de los jesuitas, donde estudió hasta los quince años, que fue cuando abandonó las aulas para ayudar a su padre como pastor de cabras. Mientras cuidaba el rebaño leía a escondidas del progenitor y escribía sus primeros versos. Los libros fueron su principal fuente de educación, convirtiéndose en una persona autodidacta.
Allí vivió con su familia desde 1914 hasta 1934 antes de marcharse a Madrid. La casa era una explotación ganadera como muchas otras a principios del siglo XX. Se conservaba el mobiliario y ajuar doméstico típico de las viviendas tradicionales oriolanas, junto a fotografías de distintos momentos de la vida del poeta y recuerdos de la familia.
La casa, pegada al terreno en pendiente, se dividía en el patio con un pozo, el corral del ganado, el comedor, la salita, la habitación de los padres, la de las hermanas (Elvira y Encarna), la cocina, la alcoba que compartía con su hermano Vicente y el huerto con la higuera en la que solía apoyarse Miguel para escribir y a la que dedicó algunos poemas, “volverás a mi huerto y a mi higuera”, así como a las palmeras del cercano Palmeral de San Antón a los pies de la Sierra de Orihuela “la palmera levantina, la columna que camina”.
Después me acerqué hasta la calle Ramón Sijé, uno de sus grandes amigos, con el que formó parte de la tertulia literaria oriolana, al que dedicó Elegía: “Yo quiero se llorando el hortelano/ de la tierra que ocupas y estercolas/ compañero del alma, tan temprano”.
Aunque eran dos personas muy diferentes en sus ideologías políticas, los unió una fuerte amistad y su gran interés por la poesía. Sus primeras publicaciones aparecieron en la revista de su amigo, El Gallo Crisis, y su primer libro, Perito en lunas, editado en 1933.
En 1934 fue a Madrid, donde al principio pasó mucha necesidad, pero allí comenzó a publicar en la revista Cruz y Raya. Trabajó como redactor en el diccionario taurino El Cossío y en las Misiones pedagógicas de Alejandro Casona. Escribió en estos años los poemas: El silbo vulnerado, Imagen de tu huella, y el más conocido: El Rayo que no cesa (1936).
Cuando llegó la Guerra Civil, se afilió al Partido Comunista y se alistó en el ejército republicano. Durante el conflicto bélico se dedicó a una actividad propagandística y durante ese periodo escribió sus poemarios políticos: Viento del pueblo y El hombre acecha. En 1937 se casó con Josefina Manresa, con quien vivió poco tiempo, pues al finalizar la Guerra con la victoria del bando franquista, fue condenado a muerte, aunque la pena fue conmutada por la de treinta años. Sin embargo, murió de tuberculosis en el penal de Alicante en 1942.
Joan Manuel Serrat, dentro de su álbum Miguel Hernández, en 1972, junto con otras canciones basadas en otros trabajos del poeta puso música a: Para la libertad, La boca, Umbrío por la pena, Nanas de la cebolla (escrita en la cárcel y dedicada a su mujer y su hijo que solo tenían para comer pan y cebolla), Romancillo de mayo, El niño yuntero, Canción última, Llegó con tres heridas y Menos tu vientre: Menos tu vientre/ todo es oscuro. Menos tu vientre/ claro y profundo.
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