El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge la mayor antología de la carrera de este artista a
la que a acudido CEPA Erandio. La muestra repasa toda la trayectoria
artística de Fernando Botero y pone de manifiesto su particular estilo,
caracterizado por la exaltación del volumen, su vitalismo burlón y el empleo de
colores exuberantes. Sus obras suelen girar en torno a la condición humana y
han otorgado al artista colombiano un gran prestigio internacional, tanto en la
pintura como en la escultura.
Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932) es el más
conocido de los artistas latinoamericanos aún en activo de la segunda mitad del
siglo XX. Coincidiendo con el 80 aniversario de su nacimiento, esta exposición
rinde homenaje a la trayectoria de un pintor, dibujante y escultor que ha sido
capaz de desarrollar un estilo reconocible y propio, y que celebra una realidad
profundamente vital a través de la exaltación del volumen y el color.
Fernando Botero.
Celebración se presenta, según los organizadores, como
una de las exposiciones antológicas más importantes de su carrera artística,
pues reúne obras realizadas en
los últimos 60 años. Son 79 pinturas, que se exhiben en la sala BBK del
museo, y una escultura monumental –el bronce Caballo con bridas
(2009)–, colocada en la Gran Vía bilbaína frente a la sede principal de la
entidad financiera patrocinadora de la muestra. Ha precedido a esta exposición
una versión más amplia, clausurada el 10 de junio pasado en el Palacio de
Bellas Artes de México, en donde recibió cerca de 250.000 visitantes.
El propio
Fernando Botero ha intervenido de forma muy directa en la organización de la
muestra, que ha contado, además, con el comisariado de su hija, Lina Botero,
quien ha seleccionado y distribuido las obras, en su mayoría procedentes de la
colección privada del pintor, según un recorrido temático repartido en ocho
salas y bajo el criterio de ofrecer un resumen de más de seis décadas de
trabajo.
Lina Botero
escribe el ensayo principal del catálogo, que recoge también textos de los
escritores Carlos Fuentes, recientemente fallecido, y Mario Vargas
Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, además de cinco cuentos escritos e
ilustrados por el propio Fernando Botero en los años ochenta.
La exposición, organizada por el Museo de Bellas Artes, comienza con los años de
formación de Botero, para dar paso, seguidamente, a tres salas dedicadas a
Latinoamérica, uno de los núcleos temáticos más importantes de su producción.
Le siguen representaciones religiosas y de personajes del clero, tratados con
un benevolente sentido del humor. Después, aparece el mundo del circo, las
versiones y los retratos de maestros de la historia del arte, que Botero
homenajea con admiración, y el tríptico de Abu Ghraib, que pertenece a la serie
que el maestro dedicó a los terribles acontecimientos sucedidos en esa prisión
iraquí. Tras esta denuncia, se presentan pinturas sobre la tauromaquia, otra de
las pasiones de Botero, que preceden a la última sala, dedicada al género de la
naturaleza muerta.
1.- Obra
temprana
En esta
primera sala se reúnen 8 obras de la etapa de aprendizaje de Botero, que
muestran las diversas influencias que asumió hasta configurar un lenguaje
propio. Desde la simplificación geométrica del arte popular y del muralismo
mexicano, presente, junto a un cierto aire metafísico, en Los caballos
(1954), hasta el expresionismo abstracto de Niño de Vallecas (1959), que
revela además la admiración hacia la pintura de Velázquez.
2.-
Latinoamérica
Las 22 obras
que se presentan en las tres salas dedicadas a Latinoamérica tienen su origen
en los recuerdos de infancia y juventud de Botero: grupos familiares, oficios
tradicionales, bailes y odaliscas, y también la violencia que ha agitado
Colombia en las últimas décadas. Comparten estas escenas, abigarradas y
coloristas, la atmósfera que refleja buena parte de la literatura
latinoamericana contemporánea. Formalmente, el carácter narrativo, la
superposición de los personajes, su plenitud formal y la impresión de quietud
que domina las composiciones muestran el estrecho vínculo que mantienen con la
pintura quattrocentista italiana.
3.- Religión y
clero
El arte sacro es
un capítulo fundamental del arte occidental y también de la imaginería colonial
barroca latinoamericana. Botero se incluye en esa tradición, tal y como
muestran las 7 pinturas de esta sala, aunque lejos de los fines didácticos o de
representatividad que le son propios. Es la plasticidad de las formas y
vestiduras lo que realmente le interesa, la teatralidad y el boato de este
mundo, particularmente presente en la cultura y la sociedad latinoamericanas,
que el pintor plasma con amable sentido del humor.
4.- El circo
En 2006, durante una de sus habituales
visitas a México, Botero –como antes les sucediera a Rouault o Picasso,
entre otros artistas– se vio fascinado por el pintoresquismo de un circo
popular. Este encuentro casual proporcionó numerosos motivos iconográficos al
pintor, que desde ese momento, convertirá este mundo y a sus personajes en uno
de los núcleos iconográficos principales de su prolífica producción.
Trapecistas, payasos, domadores, malabaristas y equilibristas aparecen en
estos 14 lienzos mostrando una realidad en la que contrastan la melancolía de
sus protagonistas con el colorido vistoso de los atuendos, y la vivacidad de
las piruetas que ejecutan con el solemne hieratismo de los personajes,
característico en toda la pintura de Botero.
5.- Versiones
Se muestra en esta sala una docena de obras
que constituyen un homenaje a los maestros de la pintura occidental, admirados
y estudiados por Botero desde su primer viaje a Europa en 1952. Esta devoción
por las grandes obras y pintores del pasado, que será fuente de inspiración a
lo largo de toda su carrera, se plasma de dos maneras, bien en forma de versión
de obras conocidas de la historia de la pintura o bien en los retratos de sus
autores. Con este particular homenaje Botero declara, además, su amor a las
cualidades del oficio tradicional de pintor.
Se trata de pinturas según Piero
della Francesca, Le Brun, Van Eyck, Rafael, Ingres
o Goya, en las que el pintor deja que sigan siendo reconocibles aunque
introduce alteraciones “según Botero”, que las acercan a su estilo. Junto a
ellas se muestran los retratos de los pintores Giacometti, Delacroix,
Courbet, Ingres o Rubens.
6.- Abu Ghraib
En 2004 se conoció el horror de la prisión
de Abu Ghraib, en donde soldados estadounidenses torturaron atrozmente y
asesinaron a prisioneros iraquíes. La noticia impactó a Botero, que ya antes, a
finales de la década de los noventa, había hecho una serie dedicada a la
violencia en Colombia. El resultado fue un conjunto de 56 pinturas y dibujos
que fueron donados por el artista a la Universidad de Berkeley
(California).
La serie, de la que se expone aquí una de sus obras centrales,
el gran tríptico Abu Ghraib #44, pintado en 2005, muestra sin ambages la
indignidad de la tortura, añadida a la sinrazón de la violencia. Las tres
escenas se desarrollan en espacios confinados por barrotes en donde las
víctimas son el motivo central. El colorido es aquí restringido y destaca sólo
el rojo de la sangre de las heridas y el de las capuchas que cubren las cabezas
de los torturados, víctimas anónimas y universales de la crueldad y la barbarie
humanas.
7.- La corrida
Como ocurre con la iconografía circense,
Fernando Botero siente una enorme admiración plástica por la tauromaquia,
aunque, en este caso, centrada sobre todo en las enormes posibilidades
cromáticas y compositivas que ofrece. A ello se añade la afición personal que
el pintor siente por este mundo: de niño, su tío le inscribió en una escuela
taurina de Medellín. De este modo, y siguiendo la tradición de Goya, Manet,
Picasso o Bacon, entre otros, la corrida es uno de los temas
predominantes de su obra desde comienzos de los años ochenta. Se presentan aquí
6 lienzos con diversos momentos –desde distintos lances de la lidia hasta la
muerte trágica del torero– y personajes –incluido el caballo del picador–. Por
su parte, Rapto de Europa desarrolla uno de los temas clásicos de la
mitología griega, relacionado con el mundo del toro.
8.- Naturaleza
muerta
Esta última sala
reúne 9 composiciones de uno de los géneros tradicionales de la pintura, la
naturaleza muerta, que forma otro de los núcleos principales de la obra de
Fernando Botero. Muestran una estrecha vinculación con la tradición pictórica
holandesa del siglo XVII, momento en el que la representación de objetos y de
flores y alimentos inertes se configura como un género independiente. Botero lo
traduce a su personal estilo y lo enriquece iconográficamente con la cultura
latinoamericana, al representar las frutas y cacharros característicos. También
aquí, como en el resto de su obra, la búsqueda de la belleza y del placer de la
contemplación tiene en la sensual exaltación del volumen –en la “quieta y
suntuosa abundancia”, en palabras de Vargas Llosa– su principal seña de
identidad.
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