martes, 21 de abril de 2020

Dueños modelo

Vivo bien en términos materiales, ese no es el problema. Dispongo de una confortable caseta en el jardín junto a mi árbol urinario, entro al chalé cuando me da la gana y me dan de comer de lujo. El problema reside en que mis amos, Fefo y Tuti, son más tontos que mandados hacer de encargo, como puede ya apreciarse por sus diminutivos, y me resultan unos cargantes insoportables. Por fortuna carecen de hijos. Se dirigen a mí llamándome Pipo, ridículo nombre que me humilla. Soy un guapo fox terrier de cuatro años con alto cociente intelectual y aún no he catado hembra; eso es lo peor.
Me como el pienso que ponen en la bandeja, pero cuando entro en la cocina arramplo con todo lo que veo, ya sea un filete de ternera o unos espaguetis con beicon que ha preparado la sin sal de Tuti. No les gusta que lo haga, pero se enfadan sin fundamento y sigo haciendo lo que me da la gana. Incluso, para fastidiarles más, en ocasiones y adrede, me orino en el salón. Me tiran una zapatilla, pero yo la recojo, se la entrego y encima me acarician. Aquí estoy en este encierro de lujo, pero a mí lo que me gustaría es salir a correr por el campo y perseguir a los zorros. Cualquier noche me escapo para ir por los caminos a desfogarme.
Pero no puedo olvidar aquellos días del verano cuando olfateé que llegaba por el sendero una preciosa perrita spaniel bretón de pelo blanco y naranja y ondulado en las patas traseras. Salté la valla de setos del chalé y me puse a su altura. Venía con su dueño Cosme. Al principio me amenazó para que me fuera, pero como insistía con pequeños ladridos lastimeros en ir con ellos, me lo permitió. Me dijo que se llamaba Laster y que les gustaba pasear por los alrededores de Lerma, donde iban a pasar las vacaciones. Allí su propietario se olvidaba del estresante trabajo en la casa que tenía, desde que la compró su madre después de que falleciera el aita. Como había sido un crío que sufría de los bronquios de pequeño, necesitaba respirar el aire puro de Castilla, me explicaba. Ahora se notaba que se encontraba bien, porque fumaba cigarrillos Habanos como un carretero. Fuimos de paseo por el camino hacia Covarrubias por el río Arlanza, la ermita de San Olav, el monasterio abandonado de San Pedro, Quintanilla y la villa rachela. Le gustaba hacer la ruta todos los veranos. Después de volver al pueblo le dije que podíamos quedar otro día.
Desde entonces me escapaba a diario de los pesados de mis dueños. Los primeros días me recibieron con lágrimas porque creían que me habían robado, pero donde tenga el pienso asegurado a estos no les dejaría ni por la mejor chuleta del mundo. Se acostumbraron a que desapareciera, pero al llegar tenía mi comida preparada y la sesión de caricias y besos. Fefo decía que tenían que ser unos dueños modelo, y para eso debía desarrollar mi propia personalidad y autonomía. Así que hacía lo que me salía de la chorra. No les importaba que me subiera al sofá, ni que durmiera con ellos en la cama.
Laster nunca abandonaba a Cosme. Era una perra que le gustaba socializar y sabía comportarse como una buena compañera de vida. Siempre iban juntos a todos los sitios, a la tienda, a la panadería, a la carnicería, al estanco, incluso a la terraza del bar de la Plaza Mayor. Tenía que pensar en la forma de arrimarme a ella sin que su dueño se diera cuenta. Algunas tardes le gustaba ir a pescar truchas al río y debía aprovechar la oportunidad para olisquearla más de cerca antes de que me marchara a Madrid con los dos tontainas. Pero en cuanto notaba que me acercaba empezaba a subir sus orejas, gruñir y sacarme los dientes. Me ponía a distancia por si el amo se enteraba. Y como parecía que tenía mal genio, igual me ganaba una pedrada.
Después de una semana de paseos me dije, Pipo, adelante con los faroles, y me fui hasta su casa. Sabía que estaba en el patio tomando el sol. Entré por las zarzas hasta llegar al césped. Inicié la aproximación arrastrándome por el suelo al ver que no había nadie. Levantó la cabeza, pero cuando quise dar otro paso, Cosme salió desde el interior y me tiró un balde de agua fría encima. Me fui a toda leche y no volví a aparecer. Cuando llegué a casa me puse tierno y me froté con la pierna de Tuti. No es lo mismo, pero alivia.


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