Todo el mundo tiene secretos. A veces no los contamos nunca, los mantenemos bien encerrados en la cabeza, bajo mil capas de olvido, pero otras veces no podemos evitar revelarlos, porque pesan demasiado. Nunca había contado cómo sucedió; después de hacerlo me sentía tranquilo.
Mi vida había sido normal hasta entonces. Tenía una familia que me quería y que me había dejado libertad para decidir lo que deseaba estudiar. Jamás me habían presionado, siempre me aconsejaban, dejaban en mis manos que tomara mis propias decisiones. Aunque mi madre a menudo me decía “tú sabrás”, ya eres responsable.
La infancia en el colegio y la juventud en el instituto pasaron sin mayores problemas. Después, entré en la universidad, donde pasé cinco años maravillosos de libertad y revolución estudiantil.
Al finalizar mis estudios entré a trabajar en una empresa del sector industrial. Mis ganas de renovar las viejas ideas de producción de la fábrica hicieron que mi jefe no me viera con buenos ojos. Comenzó por enviarme al almacén para que pusiera en orden los repuestos e hiciera un control de los gastos que se realizaban. ¿Para esto me había formado? Quería más responsabilidades. Fui subiendo en el organigrama hasta conseguir un buen puesto. Pero a medida que pasaban los meses, notaba que su odio hacia mí aumentaba. Me hacía viajar entre las diferentes sedes de la compañía para librarse de mi presencia. Como me estaba jodiendo todo el día, llegué a obsesionarme tanto que solo pensaba en quitármelo de encima.
Al llegar la Navidad era tradicional que el personal se reuniera para tomar un aperitivo y hacer un poco de convivencia. Allí la conocí. La mujer de mi jefe me atrajo desde el primer instante que la vi. Estilosa, atractiva y distante. Hice una primera aproximación para acercarme a ella. Aunque yo era solo un nuevo empleado, me saludó con educación y me preguntó si estaba a gusto trabajando para ellos.
Unos días después, durante la visita a la planta de producción, pidió que le hiciera un recorrido por las nuevas instalaciones con las mejoras que había diseñado. A partir de entonces nuestros encuentros se hicieron más frecuentes. Nos veíamos en los hoteles de los alrededores. Acordamos librarnos de él. Solo seríamos felices si le hacíamos desaparecer.
Una mañana que el jefe me llamó a su despacho para pedir un informe sobre la nueva trituradora le propuse ir al almacén para verla actuar. Cuando paseábamos por el pasillo de seguridad encina de la máquina al acercarme para explicarle cómo eran las cuchillas de acero, le empujé al hueco y la máquina se lo tragó.
Me habría gustado que el desenlace de esta historia fuese otro, pero por desgracia resulta muy difícil evitar la adversidad cuando alguien con poder y rencor se afana tanto en destruirte.
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