Alice llevaba más de veinte años sin ver a Roxanne desde que estuvo en la boda en Austin, pero aceptó el reto que le propuso su amiga de convertirse en prostitutas por una noche. Sus vidas habían corrido paralelas y con resultados parecidos. Las dos estaban divorciadas, sin problemas de dinero y con ganas de disfrutar de la nueva situación. Los intensos años del internado las había unido para siempre y aunque no se vieran a menudo, mantenían viva la amistad.
En la relación de ambas le había tocado a ella el papel de protectora, porque la adolescente de ojos claros y melena negra que venía de Luisana no estaba acostumbrada a la disciplina de los colegios de Texas. En aquellos años de formación y deporte la relación fue tan fuerte, que pasaban juntas incluso las vacaciones escolares en casa de una o de otra. Al finalizar la High School sus vidas se separaron y cada una entró en la universidad de su estado.
Como le había pedido Roxanne, el viernes anterior a Carnaval viajó a New Orleans, de modo que pudieran hablar de sus vidas y, además, conocer la ciudad. En el aeropuerto estaba esperándola junto con su chófer. Al verse no podían estar más alegres, se abrazaron, lloraron y besaron. En el trayecto hasta el centro Roxanne le dijo que New Orleans, a orillas del río Mississippi era una de las ciudades más emblemáticas y particulares de Estados Unidos y la cuna de leyendas musicales como Louis Armstrong y escritores como Tennessee Williams.
Antes de llegar a la mansión en Garden District hicieron una parada en la tienda de antigüedades de la familia en Royal Street. Delante del local y a lo largo de la calle todavía se mantenían los postes con cabeza de caballo en los que se ataban los carruajes. Tradición y progreso se fundían en la ciudad. Mientras resolvía algunos asuntos pendientes con la encargada, Alice observó la urna de vidrio con una sortija de diamantes que había pertenecido a Amalia de Sajonia, esposa del rey Carlos III, cuando Luisiana estaba bajo el dominio de España.
-¿Qué te parece si nos apostamos esa preciosidad? –dijo Alice.
-Es una pieza muy especial y muy cara. Lleva mucho tiempo en la tienda y todavía no he conseguido venderla.
-Cuanto mayor es la apuesta, mayores serán los deseos de ganar.
-Sí, es una buena recompensa. Nuestro reto es que ganará el juego quien consiga más clientes durante la noche de Mardi Gras –concluye Roxanne.
Las dos amigas subieron agarradas de la mano al Cadillac para continuar el recorrido por la ciudad del jazz. Las luces de las farolas lanzaban pequeños halos de luz amarillenta sobre el asfalto. La animación y el jolgorio comenzaban a notarse en las calles. Los grupos de chicos y chicas blancos y sobre todo de color paseaban con sus bebidas por las calles. Aunque durante todo el año siempre había algún festival, el principal era el Martes de Carnaval. Duraba toda la semana, pero el mejor era el último día. Era una auténtica locura de diversión, desfase y exceso. Ese día toda la gente se disfrazaba y llevaba collares de colores que luego dejaba colgados por toda la ciudad.
Jeremiah, el chófer negro, las condujo hasta el muelle para hacer un pequeño crucero por la desembocadura del río en el barco de vapor Natchez mientras cenaban observando las luces de la ciudad y el extraordinario casco antiguo. La jornada terminó en uno de los locales de jazz del barrio de Marigny entre vapores de ron y miradas de deseo hacia las espectaculares amigas.
Los días posteriores se dedicaron a visitar los lugares más famosos de la ciudad, ver los desfiles de carrozas, ir de compras, Spa, salón de belleza, peluquería y comidas en el Mulato´s Restaurant, donde servían platos de la comida criolla y cajún propios de New Orleans. También tuvieron tiempo de hablar de sus fracasos matrimoniales, de desilusiones, de falsos romanticismos, de frustraciones y de las inseguridades que acarreaban, pero estaban decididas a cambiar sus vidas.
Roxanne conocía al gerente del lujoso Bourbon Orleans Hotel, ubicado en uno de los extremos del French Quarter, lugar de referencia y desmadre. Había acordado con él que, durante esa noche en el bar, las dos intentarían coger clientes mezclándose con el resto de las profesionales que esos días no paraban de trabajar a todas horas.
La herencia francesa de Roxanne se manifestaba en la prestancia y seguridad que otorga la belleza cuando es de nacimiento. Piernas delgadas, nalgas redondas que ondulaban con cada paso, pechos turgentes, cara dulce y ojos almendrados otorgaban un atractivo especial a una figura esbelta. Para la ocasión eligió un mini vestido negro ceñido con un escote corazón para destacar las formas de su cuerpo, pendientes cortos, labios color escarlata, sandalias de tacón de aguja, uñas pintadas de rojo y peinado de rizo suave con mechas decoloradas.
Alice se mantenía en forma y andaba derecha como una vela. La piel color caramelo, senos nuevos de jovencita bajo una camisa blanca escotada, minifalda de cuero con cremallera que moldeaba su cuerpo, labios y uñas rosas, sandalias doradas con brillantes de tacones imponentes y media melena rubia con ondas que le hacía parecer más sexi. Del fracaso en el amor no quedaba en su corazón ni el rescoldo de la desilusión. Estaba arrebatadora.
La primera parada antes de empezar el juego fue en el Pat O'Brien's para tomar el mítico cóctel Hurricane y entrar en ambiente. Miles de personas se reunían en la calle para celebrar la fiesta por antonomasia en la ciudad que estaba engalanada de dorado, verde y morado. A esa hora de la noche, mientras el alcohol corría como la pólvora, la tradición era que desde los abarrotados balcones se tiraban collares de cuentas de colores a la gente de distintas partes del mundo que estaba en la calle Bourbon y sobre todo si las chicas enseñaban los pechos.
Después de observar cómo disfrutaba la gente desinhibida a más no poder, se dirigieron al hotel. Antes de llegar conectaron sus móviles con el de Jeremiah a través del botón de pánico para avisarle en caso de que alguien se pusiera muy pesado y fuera necesario rescatarlas. El ambiente sensual del bar era lo más parecido al que se describe en el libro El Decamerón en el que todos estaban dispuestos a disfrutar del sexo. Mujeres y hombres atractivos se movían en todas direcciones a la vez que gritaban, bebían, bailaban, fumaban y se insinuaban.
La primera en ligar fue Roxanne, porque como jugaba en casa tenía ventaja. Su acompañante de color tenía un cuerpo de infarto, bien musculado y pelo corto. Pero eso no quería decir nada ya que Alice al momento se vio rodeada de dos hombres y una mujer que la miraban de arriba bajo con unos ojos que la desnudaban. Las horas de la noche iban pasando a medida que los ligues se iban sumando. Sin embargo Alice se entretuvo más tiempo de lo debido cuando conoció a Michael, un guapo sureño que le recordó sus días de fiesta en la universidad. Mientras tanto Roxanne campaba a sus anchas tanto con chicos como con chicas.
Al amanecer las amigas se reunieron en la barra del bar donde todavía quedaban muchas almas solitarias en busca de compañía. Roxanne había ganado, pero la experiencia las había renovado. Jeremiah las llevó a desayunar junto al puerto al Café du Monde la mañana del miércoles de ceniza. ¡No se podían marchar a casa sin antes purificarse comiendo unos beignets con un café au lait!
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