A finales del invierno de 2018 todavía era soportable el calor. En su mansión del histórico Garden District en New Orleans Roxanne maldecía contra la humedad. Aquellas pasadas navidades no habían sido las más felices de su vida. Justo después del Año Nuevo, cuando todo empezaba a normalizarse y las visitas de los familiares procedentes de Lafayette y Baton Rouge habían regresado a casa, su marido le dijo que quería divorciarse. Aunque tenía el carácter fuerte de una mujer acostumbrada a mandar y a cambios sociales, encajó bien el golpe. El aburrimiento que acumulaba durante años se le esfumó en un instante. Nada le hacía presagiar aquella situación, pero se alegraba porque podía retomar su vida anterior y dedicarse a llevar los negocios de arte, construcción y agrícolas de su familia. Pasó unas semanas descolocada, pero las heridas empezaban a cicatrizar.
Las vistas a la calle desde su habitación en el primer piso de la casa le alegraron el ánimo. El sol de la mañana templaba el ambiente, el chófer limpiaba el Cadillac, el jardinero cortaba la hierba y subía un agradable olor a café recién hecho que la cocinera preparaba junto con el desayuno a base de beignets. Era el único vicio que tenía, porque se cuidaba mucho y acudía todos los días al gimnasio para conservar su envidiable figura.
Roxanne vivía en St Charles Street, la zona más lujosa de la ciudad, salpicada de preciosas mansiones victorianas con cercas de hierro forjado que transportaban a una película sureña de otros tiempos, pero había nacido en la antigua plantación familiar de Oak Alley cercana al Misisipi. Era la última generación de origen francés que había vivido allí, junto al gran río. Recuerda –era muy pequeña cuando dejaron la mansión mientras saborea el café criollo que la asistenta le sirve- que había un paseo central de robles, plantados al comienzo del s. XVIII, que daba acceso a la casa principal. Su familia residía en la casona, pero compraron la actual vivienda y varios terrenos en el centro de New Orleans, de forma que alternaban la vida en el campo y en la ciudad.
Ahora alquilaban la residencia para rodar películas o anuncios publicitarios, pero durante más de un siglo, los esclavos trabajaron en la plantación de azúcar que en la actualidad se había convertido en museo para turistas.
No estaba dispuesta a ser una mujer sola que se lamía sus heridas por el fracaso matrimonial. Roxanne había tenido varias oportunidades para mantener algunas aventuras sin compromiso, pero siempre se había negado por ser fiel al marido. A sus cuarenta y cinco años todavía estaba de buen ver. Le gustaba mirarse desnuda frente al espejo. La cintura seguía en su sitio, el pecho, recién operado, continuaba terso, los ojos claros, la sonrisa encantadora, las piernas largas y la melena negra le daban un aspecto atractivo a su piel dorada por el sol. Sus antepasados franceses le habían regalado un metabolismo afortunado.
El Mardi Gras estaba cerca y quería disfrutar del carnaval. Se acordó de su buena amiga Alice, a la que conoció en el internado de San Antonio College en Texas y decidió llamar para invitarla a su casa.
(Continuará)
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